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LAS SIETE LÁMPARAS DE LA ARQUITECTURA, JOHN RUSKIN

Actualizado: 30 mar 2020


[The Seven Lamps of Architecture]. Obra de John Ruskin (1819-1900), publicada en 1849. La Arquitectura, según el autor, no es solamente la técnica de la construcción, sino también un arte: impri­me a los edificios un carácter que los hace más bellos y venerables. Estrechamente em­parentada con la escultura y la pintura, aquélla puede considerarse como una aso­ciación de las dos artes. Ruskin denomina «lámparas de la arquitectura» a las grandes leyes a que el artista debe obedecer, y enumera siete.

La primera es la ley del Sacrificio que obliga a ofrecer cosas pre­ciosas, no en cuanto necesarias, sino sola­mente por preciosas. Quien edifica una iglesia derrocha allí materiales costosos y trabaja con un espíritu de ofrecimiento devoto. La segunda es la Verdad, a la que no se ajusta quien pretende dar la impre­sión de una estructura distinta de la real, que pinta las superficies de modo que re­presenten una materia diversa de la ver­dadera o que usa ornamentos hechos con moldes o máquinas, etc. La tercera es la Fuerza o grandiosidad («Power»): un edi­ficio, para mostrar su grandiosidad, debe poder ser contemplado en su conjunto. Aparte de las dimensiones y del peso, la magnificencia de una construcción depende de las sombras que delinean su íntima grandiosidad. La Belleza es la cuarta ley: todas las líneas son adaptaciones de las más comunes en la creación. Se deben po­ner ornamentos donde es posible el reposo; donde éste aparece vedado, no hay lugar para la belleza. Con la división horizontal va enlazada la simetría, y con la vertical la proporción. Los colores preferibles de­ben ser los de las piedras naturales. La quinta ley es la de la Vida. Las cosas, en general, son tanto más nobles cuanto más permiten el goce de la vida, o por lo me­nos cuando aportan una norma y un sello.


Asimismo la dignidad de la arquitectura depende de la vida intelectual que ella nos revela. Son signos de vitalidad una cierta negligencia, ciertas violaciones de la sime­tría, y ciertos rasgos que dan la impresión de una fuerza viril de trabajo. Está vivo en arte lo que ha sido producido con ale­gría. La sexta lámpara es la Memoria. La arquitectura centraliza y protege la sagra­da influencia de la memoria, y la obra debe hacer recordar: debe ser monumento. Tam­bién la casa destinada a habitación debería ser construida de forma que durase y fuese amable. Las casas de nuestros días, en cam­bio, difieren poco de las tiendas de los árabes o de los gitanos. La última ley es, finalmente, la Obediencia, o sea la fidelidad a una escuela nacional. Abundan en los diversos capítulos los preceptos técnicos, los ejemplos sacados sobre todo de obras maestras de la arquitectura francesa e ita­liana–, las agudas observaciones sobre el arte clásico y medieval. Y en ésta, como en sus restantes obras, Ruskin insiste en la subordinación de la estética a la moral. Espíritu profundamente ético y religioso, dotado de exquisita sensibilidad, expresa sus sentimientos con un estilo adornado y solemne, envolviéndolos en ese ambiente místico en que se iba incubando el movi­miento prerrafaelista.

E. di C. Seregni





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